Ana cruza la avenida en un tiempo inmejorable.
El semáforo lo marca acompañado el recorrido de esquina a esquina. La cuenta
regresiva aparece en varias luces de led rojas. Ana cruza y ahora respira
agitada, poniéndose una mano en el pecho, apenas inclinándose para toser.
Primero un pie desprendiéndose del cordón de la vereda que Ana deja cuando el
semáforo se pone en 3. Después, cuando se pone en 2, cruzando las rayas de cal
marcadas en el pavimento. En 1, acercándose a la esquina de enfrente mientras
ve venir hacia ella una estampida de motocicletas. Un hombre rojo,
como el que está en la puerta de los baños de caballeros, pero rojo,
completamente iluminado, completamente inmóvil, no detiene a Ana. Quizás sí a
los hombres, pero no a Ana.
Todo cambia. El mundo cambia. El cambio se ha
instalado. Todo es cambio. En el barrio de Balvanera cierran un almacén, uno de
esos que ya no se ven tanto, uno de los viejos. Los viejos se fueron alejando del cambio. Sin ningún disimulo, se abre en el mismo local un
Carrefour expréss. Eso es cambio. La impotencia no lo es. La bronca tampoco. El
cartel en tres dimensiones sobre una chapa naranja, si lo es. Lo nuevo deja inmediatamente de serlo al instalarse. El vidrio, por dar otro ejemplo, con calcomanías de los recién llegados, lo es. La
resistencia al cambio no es cambio, tampoco es resistencia.
El cambio ya no es lo mismo
es otra cosa que cambió.
El cambio se va a devorar al mundo,
y cesarán todas sus mutaciones.
(Este texto fue escrito un 7 de julio del 2016. Quiero recordar que llovía a cantaros. Por la ventana se filtraba la humedad y el mundo)
es otra cosa que cambió.
El cambio se va a devorar al mundo,
y cesarán todas sus mutaciones.
(Este texto fue escrito un 7 de julio del 2016. Quiero recordar que llovía a cantaros. Por la ventana se filtraba la humedad y el mundo)
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