Nos quedamos mirando durante un montón de segundos. Creo que fueron ciento noventa y ocho. Me sentí desamparado, como si ella ya no estuviera ahí, y yo me fuese borrando poco a poco de donde estaba parado. Como esa sensación en la que el sueño va y viene, y no sabés bien si estas despierto o dormido, o destapado, o sumergido en un bañera repleta de agua caliente y espuma que rebalsa y forma un charco que de a poco se va moviendo a la rejilla y deja el piso algo resbaloso.
El
mundo ya no me sorprende. Esa canción no la había oído nunca,
aunque ya la conocía. Sus parpados no se movían, pero su sonrisa
moría y volvía a nacer cada vez que suspiraba. Estábamos los dos
solos y los ojos reflejaban la luz que llegaba desde abajo, donde
cuatro pies descalzos sostenían dos cuerpos abrigados con bufandas.
Por la ventana semiabierta se escapaba el calor de la estufa, y
afuera, un frio invernal congelaba las telarañas que colgaban del
alero.
Otro
amanecer que no vi. La vidriera del café se empañaba por la
excesiva humedad de las mañanas de Junio. Pensé en el reflejo de
los anteojos de Lucía mientras dejaba en una mesa el menú. En la
mesa seis una mujer de cuarenta miraba detenidamente el tenedor que
sostenía en la mano. Mientras volvía a la barra, Lucía pensaba que
no había traído paraguas, y un instante después recordó que no le
molestaba mojarse con la lluvia. Ese día las plantas estaban más
verdes y contrastaban perfectamente con la campera negra del chico
que hacia el delivery.
Las
casi imperceptibles marcas de los labios guardan microscópicos
secretos en clave. Yo los vi en su boca mientras emitía suspiros
idénticos a los de anoche.
Un
perfume baja la escalera, saca las llaves del bolso y sale por la
puerta. A veces me siento un fantasma. Cuando me quedo solo la casa
se agranda, y tengo que empujar los muebles contra la pared para que
todo quede ordenado. Los vecinos escuchan los ruidos y creen que
Lucía se está mudando. Luego vuelve ella y todo está en su lugar,
y preparo té de jazmín que saco de un bolsa transparente que
conseguí en una herboristería. Los vecinos ya no creen nada, están
durmiendo. Lucía habla poco durante la cena, apoya el codo y se
sostiene la cabeza hundiendo cuatro dedos en el pelo castaño. Con
los dedos de la otra mano forma hilos con los restos de salsa sobre
el plato blanco. Pestañea lentamente y se duerme sentada.
Hace
seis horas que es de noche, ella se saca las zapatillas y se para
delante mío sosteniendo su taza. Estamos en la que era nuestra
pieza, el cuarto esta frio y a mí me gustaría poder cerrar la
ventana. Me acostumbré a que ella realice las acciones, hable, y
ocupe el centro de la cama. Esta noche el juego será el mismo, y
como siempre se quedará mirando a través del vidrio un horizonte
negro atravesado por tres pinos y una casa distante, mientras yo me
desvaneceré como siempre, me iré convirtiendo en este humo espeso e
invisible que no comprendo.
...
No hay comentarios:
Publicar un comentario