viernes, 24 de mayo de 2013

hombre sobre fondo negro

     


    Nos quedamos mirando durante un montón de segundos. Creo que fueron ciento noventa y ocho. Me sentí desamparado, como si ella ya no estuviera ahí, y yo me fuese borrando poco a poco de donde estaba parado. Como esa sensación en la que el sueño va y viene, y no sabés bien si estas despierto o dormido, o destapado, o sumergido en un bañera repleta de agua caliente y espuma que rebalsa y forma un charco que de a poco se va moviendo a la rejilla y deja el piso algo resbaloso.
     El mundo ya no me sorprende. Esa canción no la había oído nunca, aunque ya la conocía. Sus parpados no se movían, pero su sonrisa moría y volvía a nacer cada vez que suspiraba. Estábamos los dos solos y los ojos reflejaban la luz que llegaba desde abajo, donde cuatro pies descalzos sostenían dos cuerpos abrigados con bufandas. Por la ventana semiabierta se escapaba el calor de la estufa, y afuera, un frio invernal congelaba las telarañas que colgaban del alero.

     Otro amanecer que no vi. La vidriera del café se empañaba por la excesiva humedad de las mañanas de Junio. Pensé en el reflejo de los anteojos de Lucía mientras dejaba en una mesa el menú. En la mesa seis una mujer de cuarenta miraba detenidamente el tenedor que sostenía en la mano. Mientras volvía a la barra, Lucía pensaba que no había traído paraguas, y un instante después recordó que no le molestaba mojarse con la lluvia. Ese día las plantas estaban más verdes y contrastaban perfectamente con la campera negra del chico que hacia el delivery. 
 
     Las casi imperceptibles marcas de los labios guardan microscópicos secretos en clave. Yo los vi en su boca mientras emitía suspiros idénticos a los de anoche.

     Un perfume baja la escalera, saca las llaves del bolso y sale por la puerta. A veces me siento un fantasma. Cuando me quedo solo la casa se agranda, y tengo que empujar los muebles contra la pared para que todo quede ordenado. Los vecinos escuchan los ruidos y creen que Lucía se está mudando. Luego vuelve ella y todo está en su lugar, y preparo té de jazmín que saco de un bolsa transparente que conseguí en una herboristería. Los vecinos ya no creen nada, están durmiendo. Lucía habla poco durante la cena, apoya el codo y se sostiene la cabeza hundiendo cuatro dedos en el pelo castaño. Con los dedos de la otra mano forma hilos con los restos de salsa sobre el plato blanco. Pestañea lentamente y se duerme sentada.
     Hace seis horas que es de noche, ella se saca las zapatillas y se para delante mío sosteniendo su taza. Estamos en la que era nuestra pieza, el cuarto esta frio y a mí me gustaría poder cerrar la ventana. Me acostumbré a que ella realice las acciones, hable, y ocupe el centro de la cama. Esta noche el juego será el mismo, y como siempre se quedará mirando a través del vidrio un horizonte negro atravesado por tres pinos y una casa distante, mientras yo me desvaneceré como siempre, me iré convirtiendo en este humo espeso e invisible que no comprendo.

...

No hay comentarios:

Publicar un comentario