jueves, 26 de agosto de 2010

Reflexiones del martes



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Lo que para cualquier ser, corresponde a un día, a un sencillo amanecer y luego anochecer, es algo más, además de estos sucesos cotidianos; para muchos es un fatídico segmento de 24 horas, donde lo importante, lo único esencial es transcurrirlo, entre reuniones de amigos, visitas al odontólogo, o quizás algún encuentro aleatorio con personas significativas. Nada de esto es realmente urgente, ante lo que verdaderamente es existencial en un día así.
Nada más tenemos que despertarnos, encontrarnos acostados y somnolientos, mirando fijamente una pared azul (tal vez rosa (tal vez blanca)) y mientras nos levantamos, calzándonos las pantuflas, sin darnos cuenta de que es martes, de que el día ya es distinto al de ayer, ese que ya no existirá nuevamente (lunes 23 de agosto del 2010), todo renace en ese falsamente esperanzador ciclo, llamado semana.
No podemos hacer más que levantar la persiana, o abrir los postigos, y darnos cuenta que detrás de esta pared azul (tal vez rosa (tal vez blanca)), se reconstruye la diapositiva infinita de la ciudad, de sus enormes bloques grises, y las tristes y consecutivas casas. Toda una maqueta gigantesca, que luce insignificante, casi cómica, para este día que también se ha levantado junto con el ex-durmiente. Porqué el día comienza ahí, en ese preciso instante que es cuando las pestañas se repliegan, y los ojos petrificados, entre lagañas y almohadas, observan la misma escena incomprensible, donde parece que nada cambia, donde reina la oscuridad. Es en ese momento donde tomamos la noción de un nuevo día, por más que durante la noche anterior, hayamos visto el reloj sobrepasando las cero horas, entre frascos de café y tarritos de azúcar, y nada nos indique que es el final de un lunes, porque todo continua igual, nada ha cambiado, no hasta completar el periodo que el sueño divide.
Por eso es que entre tanta gente, todos vivimos días distintos; mientras algunos siguen su martes cotidiano, otros insomnes que no lograron separar el día en ese absorbente caer en las sombras, continúan transitando su largo lunes, que ya no atiende a horas preestablecidas ni a los torpes relojes que ahora impacientemente intentan encarcelar el tiempo. Así se verá como un señor que aparenta ser importante, con su traje nuevo gris, se lanza sobre el colectivo 4 con destino al Correo Central, y para él es un martes, tan tranquilo como otros; mientras ocurre esto en una avenida del barrio de caballito, para algún vagabundo que no concilio el sueño, se prolonga el lunes indefinidamente, quizás por que el piso no estaba tan apetecible aquella noche, o el dolor en los huesos que se empecina y siempre vuelve. Teniendo en cuenta esta información usted ya podrá comprender que al proponerle a su pareja, de verse el jueves en el Abasto, ella tal vez el jueves este transitando las incomodidades de un miércoles, quizás retrasado dos semanas más que el simple miércoles que viene, anterior al día del encuentro. Porque cuando la conoció, ella quizás no llevaba la misma vida que usted, y tal vez trasnocho algunas veces más, por lo cual sus días son dispares, y ¿cómo se puede comprometer con alguien así?, que va todos los fines de semana a trabajar, y el lunes se hecha todo el día en su cómodo sillón a ver la programación del domingo.
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jueves, 12 de agosto de 2010

perseguido persecuta

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La noche caía lentamente, el barrio iniciaba su ciclo nocturno, durmiendo de a poco el asfalto, los arboles batían sus extremos ante ese viento invernal que todo lo arrastra (yo no me sentía, caminaba normalmente, sabía que estaba caminando, pero no registraba mi existencia). Comenzó a perseguirme apenas doble en la esquina, muy de cerca. Al principio no tuve miedo, aunque mire varias veces hacia atrás, y vi sus piernas largas, su cuerpo cubierto por una masa oscura, no alcance a verle la cara (naturalmente sabía que yo tenía una cara, dos pies y un par de brazos con manos incluidas, pero de a poco en la conciencia iba apareciendo el dibujo, mostrándome lentamente todo lo que soy (representaba) y no percibía).
La luz que tenía enfrente apuntándome directamente me encandilaba y no me dejaba ver gran cosa, más que ayudarme me enceguecía, y en los intentos disimulados de girar la cabeza para ver detrás, mis ojos sostenían esos reflejos que siempre guardan la retina después de ver directo hacia la luz, esas manchas incoloras que se quedan en el centro de nuestra visión, como imágenes que se suceden transparentes e indefinidas.

Confundido continúe, paso a paso, salteando las baldosas flojas donde restos de lluvia aguardaban a salir disparados. La sucesión de recuerdos despejaba mi confundida mente, y entonces asimile que generalmente tenía mente, y también huesos, y aquello que me proseguía, seguía detrás, acechando. Las gotas, los arboles danzando, la luz intermitente del alumbrado público, los últimos autos, todos, tenían su sonido usual, mis pasos, el tren a los lejos, pero él no. Caminaba tras de mí, en esa persecución indiferente, sin emitir ruido alguno, como desconcertado, como si no supiese que lo hacia apropósito, que caminaba por que quería, porque tendría un motivo por el cual continuar amenazando a mis espaldas (pero si, también tenía espalda). Se fue acercando más y más, casi transmutándose con mi cuerpo, él estaba ahí, pero mis sentidos no lo sospechaban, lo creían inexistente. Di media vuelta, mire a mi alrededor y no vi nada, había desaparecido con una velocidad imaginada, entonces dispuesto a seguir, enfocando mi camino de nuevo, mire lentamente por sobre mi hombro, y lo vi, estaba ahí detrás, agazapado, más pequeño, pero presente. Decidí seguir, la luz frente a mi cada vez más brillante y cada vez más arriba, y él a cada paso iba haciéndose más evidente, mas invisible.

(Para ese entonces ya me percibía como realmente era, de cuerpo completo, con todas mis extremidades. Mi conciencia ya estaba consciente y despabilada). El sol ficticio ya casi sobre mí, esos postes realmente altos que emanan un resplandor sucio y amarillo, y detrás, eso que me perseguía, casi abrazándome, yo esperando mi estrangulación final, que salte sobre mí y me aplique la máscara asfixiante, y mi mente viéndolo correr, con mi billetera en la mano, con mi vida tan inútilmente arrebatada por 13 pesos con 15 centavos, una postal de Malvinas y dos tarjetas de débito deshabilitadas. Pero nada de eso, se posó sobre mi, y yo decidido a enfrentarlo, con el coraje en los ojos volví a girar, y al verla no pude hacer nada, ni siquiera contener la risa.
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