jueves, 27 de octubre de 2016

Ana cruza



Ana cruza la avenida en un tiempo inmejorable. El semáforo lo marca acompañado el recorrido de esquina a esquina. La cuenta regresiva aparece en varias luces de led rojas. Ana cruza y ahora respira agitada, poniéndose una mano en el pecho, apenas inclinándose para toser. Primero un pie desprendiéndose del cordón de la vereda que Ana deja cuando el semáforo se pone en 3. Después, cuando se pone en 2, cruzando las rayas de cal marcadas en el pavimento. En 1, acercándose a la esquina de enfrente mientras ve venir hacia ella una estampida de motocicletas. Un hombre rojo, como el que está en la puerta de los baños de caballeros, pero rojo, completamente iluminado, completamente inmóvil, no detiene a Ana. Quizás sí a los hombres, pero no a Ana.

Todo cambia. El mundo cambia. El cambio se ha instalado. Todo es cambio. En el barrio de Balvanera cierran un almacén, uno de esos que ya no se ven tanto, uno de los viejos. Los viejos se fueron alejando del cambio. Sin ningún disimulo, se abre en el mismo local un Carrefour expréss. Eso es cambio. La impotencia no lo es. La bronca tampoco. El cartel en tres dimensiones sobre una chapa naranja, si lo es. Lo nuevo deja inmediatamente de serlo al instalarse. El vidrio, por dar otro ejemplo, con calcomanías de los recién llegados, lo es. La resistencia al cambio no es cambio, tampoco es resistencia.

El cambio ya no es lo mismo
es otra cosa que cambió.
El cambio se va a devorar al mundo,
y cesarán todas sus mutaciones.



(Este texto fue escrito un 7 de julio del 2016. Quiero recordar que llovía a cantaros. Por la ventana se filtraba la humedad y el mundo)

viernes, 4 de abril de 2014

Despertar

El tiempo es irregular, los astros giran, independientes, y algún loco sin tiempo mira todo el tiempo su astrolabio. ¡Quien pudiera estar así de quieto, o tener un catalejo en el cuarto, cada tanto mirar las estrellas, ponerle nombre a una, hablarle, cantarle! ¡Como a las plantas! Si ese helecho alguna vez me responde, dejo todo y me voy de viaje, saco a pasear las neuronas que se me van quedando dormidas.

Creo que es cierto eso que soñé un día, que el universo está en RE mayor. Me acuerdo que desperté y mientras pensaba, atrapado entre la leche de una taza y el cereal, todo tenía muchísimo sentido. Afinar el universo, afinarme la vida cuando se me cambia un poco, para el tono que mas me gusta.

Al final, nos da miedo lo mismo que nos atrae
Y nos atrae tanto el miedo, también.
Somos exclusivamente intuitivos,
Aunque dormimos tanto
            Pero tanto,
            Que nos olvidamos
            De lo único
            Que tiene sentido,

                        Despertar.


jueves, 19 de septiembre de 2013

la proxima mujer

Pensé en la gente sin tiempo, en el viento que pasa como un ente que deja nada, en lo impermanente, en lo pasajero. Armar algo que se quede. Armar con las manos, algo que amar, que ver cada mañana. Armar con cemento y yeso, con bordes de enduido, darle forma a eso que en las manos de Tomás se mezcla casi líquido. Podría ser estatua, montaña de sedimentos, escalones petrificados que suben a ningún lado y se deslizan hacia abajo. Pero a nadie se le ocurría pensar que lo que Tomás creaba era una mujer.
Acariciaba la curva de unos senos que nacían del yeso, dándole forma lentamente al objeto que ocupaba el centro de la habitación donde vivía. Mientras, la luz de la mañana invadía las paredes que luego oscurecían de noche. Así durante días, vías de tiempo en las que Tomás armaba su ideal. Evocaba detalles de mujeres que había conocido en viajes, siempre diferentes e irreales. En la nariz un lunar, los ojos mirando entrecerrados, en la boca un gesto ajeno a su mirar.
Así durante meses, conjuntos de días incontables y diversos. Los de lluvia, imposibles de olvidar, el piso húmedo con acumulaciones de cemento parecía la maqueta de una ciudad en ruinas. Y todo ese tiempo con una rítmica impaciencia en las manos, que no podían parar y buscaban la forma final de las piernas, los dedos y los brazos.
Una tarde, el sol era un asunto perdido, y el celeste se fundía en un rosa que acabaría en azul. Tomás, con sus manos cubiertas de una fina capa blanca, daba los últimos retoques. Finalmente contempló su creación, la mujer que alguna vez en su mente fue forma y proyecto, impulso ciego. Toda esa noche fue mirarla, comprenderla, reconocer que la amaba. Parado frente a la mujer la abrazó, hundiendo su cara en la de ella, su nariz en la nariz, su torso en los pechos, sus manos penetrando una espalda todavía blanda. La quiso y la dejó morir en un abrazo que destruye.
Ahora piensa en el tiempo, en el viento que pasa como un ente que no deja nada, en lo impermanente, en lo pasajero… en su próxima mujer.

viernes, 24 de mayo de 2013

hombre sobre fondo negro

     


    Nos quedamos mirando durante un montón de segundos. Creo que fueron ciento noventa y ocho. Me sentí desamparado, como si ella ya no estuviera ahí, y yo me fuese borrando poco a poco de donde estaba parado. Como esa sensación en la que el sueño va y viene, y no sabés bien si estas despierto o dormido, o destapado, o sumergido en un bañera repleta de agua caliente y espuma que rebalsa y forma un charco que de a poco se va moviendo a la rejilla y deja el piso algo resbaloso.
     El mundo ya no me sorprende. Esa canción no la había oído nunca, aunque ya la conocía. Sus parpados no se movían, pero su sonrisa moría y volvía a nacer cada vez que suspiraba. Estábamos los dos solos y los ojos reflejaban la luz que llegaba desde abajo, donde cuatro pies descalzos sostenían dos cuerpos abrigados con bufandas. Por la ventana semiabierta se escapaba el calor de la estufa, y afuera, un frio invernal congelaba las telarañas que colgaban del alero.

     Otro amanecer que no vi. La vidriera del café se empañaba por la excesiva humedad de las mañanas de Junio. Pensé en el reflejo de los anteojos de Lucía mientras dejaba en una mesa el menú. En la mesa seis una mujer de cuarenta miraba detenidamente el tenedor que sostenía en la mano. Mientras volvía a la barra, Lucía pensaba que no había traído paraguas, y un instante después recordó que no le molestaba mojarse con la lluvia. Ese día las plantas estaban más verdes y contrastaban perfectamente con la campera negra del chico que hacia el delivery. 
 
     Las casi imperceptibles marcas de los labios guardan microscópicos secretos en clave. Yo los vi en su boca mientras emitía suspiros idénticos a los de anoche.

     Un perfume baja la escalera, saca las llaves del bolso y sale por la puerta. A veces me siento un fantasma. Cuando me quedo solo la casa se agranda, y tengo que empujar los muebles contra la pared para que todo quede ordenado. Los vecinos escuchan los ruidos y creen que Lucía se está mudando. Luego vuelve ella y todo está en su lugar, y preparo té de jazmín que saco de un bolsa transparente que conseguí en una herboristería. Los vecinos ya no creen nada, están durmiendo. Lucía habla poco durante la cena, apoya el codo y se sostiene la cabeza hundiendo cuatro dedos en el pelo castaño. Con los dedos de la otra mano forma hilos con los restos de salsa sobre el plato blanco. Pestañea lentamente y se duerme sentada.
     Hace seis horas que es de noche, ella se saca las zapatillas y se para delante mío sosteniendo su taza. Estamos en la que era nuestra pieza, el cuarto esta frio y a mí me gustaría poder cerrar la ventana. Me acostumbré a que ella realice las acciones, hable, y ocupe el centro de la cama. Esta noche el juego será el mismo, y como siempre se quedará mirando a través del vidrio un horizonte negro atravesado por tres pinos y una casa distante, mientras yo me desvaneceré como siempre, me iré convirtiendo en este humo espeso e invisible que no comprendo.

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lunes, 13 de mayo de 2013

2:22

       
    Precipitada, y ansiosa. Su risa breve desciende por una escalera. Sus manos la sujetan. Me llaman, una voz, un silencio...
            —Creerás que viste un diluvio una noche perfecta, de verano, de luna entera, llena de blanco. Caracteres en los bancos vacíos de plaza vacía de noche de luna llena. Creerás que nuestros nombres se han acostado una noche como esta, perfecta de oscura, alrededor de una luz que tiembla de locura, e impaciencia.

            Caracteres que escribimos. Tu nombre de ocho letras se acuesta con el mio. Formamos mientras tanto círculos de jabón, dimensiones purpura y turquesa, la silueta de un álamo en la pared donde cuelgan perfiles de duendes, partituras viejas, y una superficie de corcho con fotografías. Una de las fotografías es la de la maceta donde creció alguna vez un jazmín —pero eso es probablemente otra parte de la canción—  y el álamo tiene todavía su corazón en el jazmín que alguna vez se fue de la maceta. Con palabras tan tristes pretendo llamarte. Mis dibujos efímeros en tus ojos eternos. De pronto dijiste...
            —Hay mas de soledad en el centro de una ciudad al mediodía, que en la multiplicidad de tu adentro.

            A las palabras las entierra Morfeo. El sueño del dios. A mí me quema el sol de enero y no digo nada. Ni siquiera intento llamarte, o mandarte cartas ligeras de tinta negra, o maldecirte ante el viento, que es como un dios invisible que nunca escucha porque siempre esta demasiado lejos. Pero adivino que en tus pausas, y en la lentitud con que te vas desvaneciendo, se inscribe tu nombre con ocho símbolos negros para quedarse junto al mio.

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jueves, 29 de diciembre de 2011

Purpura


Apenas alcancé a saborear el policromado sueño de la música, y a pesar de casi dos años de ausencia establecida, observé el espejo que reflejaba tu rostro. Me sonreíste, y tu cara se dispersó como un humo con labios hinchados. Tu fantasma aun me corroe, aún en el fin de la noche, cuando todavía por treinta minutos no será amanecer. Los pensamientos van y vienen, se retuercen de dolor e impaciencia, de extrema terquedad. Esta bien, lo sé, esto es historia antigua; basta de pensar, tengo que dejar de revolver cenizas. Y recuerdo aún los vanos intentos por detener el tiempo. No se puede ser tan necio, el tiempo no se detiene, ni siquiera continua es un acuario en el que apenas alcanzamos a ver el vidrio.

¿Pero que hago en esta noche, nunca tan noche, nombrándote como un enfermo? Veo el humo en el espejo, pero al darme vuelta no hay nada, ni siquiera la proyección tardía de una mirada.

La habitación da vueltas, peces de luz avanzan por las rendijas de mi persiana. Las sombras inician la procesión, se esconden debajo de los muebles, detrás del espejo, entre la pared y este asqueroso cuadro que impone un bote varado en una playa. Se ocultaran todas hasta que el astro luminoso complete el esquema. Hasta que otra vez sea mañana por la noche, y vuelva a evocarte entre sahumerios quemados, dos o tres tazas de café, esa insistente pintura abandonada, etc… en fin, Feliz cumpleaños.


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jueves, 20 de octubre de 2011

desde el otro patio


Después de releer tu carta sin destinatario (pero en la que me podía leer como si mis iniciales fueran cada una de las letras) me puse a recordar los motivos, las reuniones en el pastito del hospital, mirando el cielo, disfrutando el té. Los domingos son muy desprolijos ¿sabes?, por eso esperé hasta el jueves para responder algo que me sorprendió inusitadamente. Los jueves son como días livianos y con pocos compromisos. Y aunque esto de responderte se venía anticipando más que la lluvia de septiembre, comencé ahora, hace recién, porque no quería que el tiempo, ese mecanismo sordo, sea una constante en mi respuesta, atento a todo reloj circundante. Aunque tampoco se mucho que decirte, responderte en este caso sería enumerar más de lo mismo, la catarata de eventos; eso nos hartaría pronto, y me convertiría en uno de esos que preparan la escena en la terraza con velas y violines. Todo muy bien, pero prefiero ahorrarme esa serie consecutiva de clichés para eventos más meritorios, los conmovedores momentos de siempre, las corridas en una estación como la de Retiro. Antes que todo eso, elijo hablarte primero de otras cosas, de las lloviznas de septiembre por ejemplo, mal pronosticadas, claro, o de una bota que paso flotando en plena calle inundada en Lanús, algo hermoso. Y mientras intento definir, dejando al azar de lo que encuentre primero, si es momento de un café o una sonámbula seguidilla de mates, trato de pensar en donde existirás en este momento, si también estarás sometiéndote a decisiones tan livianas como que tomar o donde dormir.
De seguro ni siquiera existís, y esto es un auto-convencerme, el ir y venir de las ideas que no se conforman tan fácil, porque primero te hacen cerca, y rubia, y con esos ojos que miran como con tristeza, para después olvidarse de tu dibujo, de tus sonrisas esporádicas, todo como yo imagino, y sostengo. La secuencia inspiratoria es débil, porque precario es el conocimiento desde el que se parte, este saber tan insuficiente de lo que creía saber tanto. Y aun así confío en tu existir remoto, porque en algún lado debés estar respirando, sacando un boleto para tomar un tren, o durmiendo un sueño de pastillas. Da lo mismo, ya no sé qué decirme para saberte real, para convencerme de que no estoy fingiendo redactar una carta en respuesta a otra (donde me podía leer como si mis iniciales fueran cada una de las letras)…
Cada tanto agarro esta hoja y la voy llenando un poco más. Este proceso duró todo un jueves sin lluvia de septiembre, lejano como esa luna que ingresa por la ventana apenas subrayada por las ramas del jacaranda. Me decidí por el café, porque con este panorama de pocas horas y muchos pensamientos me convendría seguir despierto, ignorar otra vez el mecanismo sordo, rechazar el desmayo en el colchón y someterme de a poco a los acordes de las tres de la madrugada, el jazz inventariado o las poesías de Girondo. Y aún después de todo esto, se que voy a pensar en que debería haberte mandado la carta a vos, y no colgarla de los faroles multiplicados por la casualidad, queriendo o sin querer que llegue hasta tus ojos, que se cuelguen de tus pupilas las palabras.

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