jueves, 20 de octubre de 2011

desde el otro patio


Después de releer tu carta sin destinatario (pero en la que me podía leer como si mis iniciales fueran cada una de las letras) me puse a recordar los motivos, las reuniones en el pastito del hospital, mirando el cielo, disfrutando el té. Los domingos son muy desprolijos ¿sabes?, por eso esperé hasta el jueves para responder algo que me sorprendió inusitadamente. Los jueves son como días livianos y con pocos compromisos. Y aunque esto de responderte se venía anticipando más que la lluvia de septiembre, comencé ahora, hace recién, porque no quería que el tiempo, ese mecanismo sordo, sea una constante en mi respuesta, atento a todo reloj circundante. Aunque tampoco se mucho que decirte, responderte en este caso sería enumerar más de lo mismo, la catarata de eventos; eso nos hartaría pronto, y me convertiría en uno de esos que preparan la escena en la terraza con velas y violines. Todo muy bien, pero prefiero ahorrarme esa serie consecutiva de clichés para eventos más meritorios, los conmovedores momentos de siempre, las corridas en una estación como la de Retiro. Antes que todo eso, elijo hablarte primero de otras cosas, de las lloviznas de septiembre por ejemplo, mal pronosticadas, claro, o de una bota que paso flotando en plena calle inundada en Lanús, algo hermoso. Y mientras intento definir, dejando al azar de lo que encuentre primero, si es momento de un café o una sonámbula seguidilla de mates, trato de pensar en donde existirás en este momento, si también estarás sometiéndote a decisiones tan livianas como que tomar o donde dormir.
De seguro ni siquiera existís, y esto es un auto-convencerme, el ir y venir de las ideas que no se conforman tan fácil, porque primero te hacen cerca, y rubia, y con esos ojos que miran como con tristeza, para después olvidarse de tu dibujo, de tus sonrisas esporádicas, todo como yo imagino, y sostengo. La secuencia inspiratoria es débil, porque precario es el conocimiento desde el que se parte, este saber tan insuficiente de lo que creía saber tanto. Y aun así confío en tu existir remoto, porque en algún lado debés estar respirando, sacando un boleto para tomar un tren, o durmiendo un sueño de pastillas. Da lo mismo, ya no sé qué decirme para saberte real, para convencerme de que no estoy fingiendo redactar una carta en respuesta a otra (donde me podía leer como si mis iniciales fueran cada una de las letras)…
Cada tanto agarro esta hoja y la voy llenando un poco más. Este proceso duró todo un jueves sin lluvia de septiembre, lejano como esa luna que ingresa por la ventana apenas subrayada por las ramas del jacaranda. Me decidí por el café, porque con este panorama de pocas horas y muchos pensamientos me convendría seguir despierto, ignorar otra vez el mecanismo sordo, rechazar el desmayo en el colchón y someterme de a poco a los acordes de las tres de la madrugada, el jazz inventariado o las poesías de Girondo. Y aún después de todo esto, se que voy a pensar en que debería haberte mandado la carta a vos, y no colgarla de los faroles multiplicados por la casualidad, queriendo o sin querer que llegue hasta tus ojos, que se cuelguen de tus pupilas las palabras.

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