jueves, 19 de septiembre de 2013

la proxima mujer

Pensé en la gente sin tiempo, en el viento que pasa como un ente que deja nada, en lo impermanente, en lo pasajero. Armar algo que se quede. Armar con las manos, algo que amar, que ver cada mañana. Armar con cemento y yeso, con bordes de enduido, darle forma a eso que en las manos de Tomás se mezcla casi líquido. Podría ser estatua, montaña de sedimentos, escalones petrificados que suben a ningún lado y se deslizan hacia abajo. Pero a nadie se le ocurría pensar que lo que Tomás creaba era una mujer.
Acariciaba la curva de unos senos que nacían del yeso, dándole forma lentamente al objeto que ocupaba el centro de la habitación donde vivía. Mientras, la luz de la mañana invadía las paredes que luego oscurecían de noche. Así durante días, vías de tiempo en las que Tomás armaba su ideal. Evocaba detalles de mujeres que había conocido en viajes, siempre diferentes e irreales. En la nariz un lunar, los ojos mirando entrecerrados, en la boca un gesto ajeno a su mirar.
Así durante meses, conjuntos de días incontables y diversos. Los de lluvia, imposibles de olvidar, el piso húmedo con acumulaciones de cemento parecía la maqueta de una ciudad en ruinas. Y todo ese tiempo con una rítmica impaciencia en las manos, que no podían parar y buscaban la forma final de las piernas, los dedos y los brazos.
Una tarde, el sol era un asunto perdido, y el celeste se fundía en un rosa que acabaría en azul. Tomás, con sus manos cubiertas de una fina capa blanca, daba los últimos retoques. Finalmente contempló su creación, la mujer que alguna vez en su mente fue forma y proyecto, impulso ciego. Toda esa noche fue mirarla, comprenderla, reconocer que la amaba. Parado frente a la mujer la abrazó, hundiendo su cara en la de ella, su nariz en la nariz, su torso en los pechos, sus manos penetrando una espalda todavía blanda. La quiso y la dejó morir en un abrazo que destruye.
Ahora piensa en el tiempo, en el viento que pasa como un ente que no deja nada, en lo impermanente, en lo pasajero… en su próxima mujer.

viernes, 24 de mayo de 2013

hombre sobre fondo negro

     


    Nos quedamos mirando durante un montón de segundos. Creo que fueron ciento noventa y ocho. Me sentí desamparado, como si ella ya no estuviera ahí, y yo me fuese borrando poco a poco de donde estaba parado. Como esa sensación en la que el sueño va y viene, y no sabés bien si estas despierto o dormido, o destapado, o sumergido en un bañera repleta de agua caliente y espuma que rebalsa y forma un charco que de a poco se va moviendo a la rejilla y deja el piso algo resbaloso.
     El mundo ya no me sorprende. Esa canción no la había oído nunca, aunque ya la conocía. Sus parpados no se movían, pero su sonrisa moría y volvía a nacer cada vez que suspiraba. Estábamos los dos solos y los ojos reflejaban la luz que llegaba desde abajo, donde cuatro pies descalzos sostenían dos cuerpos abrigados con bufandas. Por la ventana semiabierta se escapaba el calor de la estufa, y afuera, un frio invernal congelaba las telarañas que colgaban del alero.

     Otro amanecer que no vi. La vidriera del café se empañaba por la excesiva humedad de las mañanas de Junio. Pensé en el reflejo de los anteojos de Lucía mientras dejaba en una mesa el menú. En la mesa seis una mujer de cuarenta miraba detenidamente el tenedor que sostenía en la mano. Mientras volvía a la barra, Lucía pensaba que no había traído paraguas, y un instante después recordó que no le molestaba mojarse con la lluvia. Ese día las plantas estaban más verdes y contrastaban perfectamente con la campera negra del chico que hacia el delivery. 
 
     Las casi imperceptibles marcas de los labios guardan microscópicos secretos en clave. Yo los vi en su boca mientras emitía suspiros idénticos a los de anoche.

     Un perfume baja la escalera, saca las llaves del bolso y sale por la puerta. A veces me siento un fantasma. Cuando me quedo solo la casa se agranda, y tengo que empujar los muebles contra la pared para que todo quede ordenado. Los vecinos escuchan los ruidos y creen que Lucía se está mudando. Luego vuelve ella y todo está en su lugar, y preparo té de jazmín que saco de un bolsa transparente que conseguí en una herboristería. Los vecinos ya no creen nada, están durmiendo. Lucía habla poco durante la cena, apoya el codo y se sostiene la cabeza hundiendo cuatro dedos en el pelo castaño. Con los dedos de la otra mano forma hilos con los restos de salsa sobre el plato blanco. Pestañea lentamente y se duerme sentada.
     Hace seis horas que es de noche, ella se saca las zapatillas y se para delante mío sosteniendo su taza. Estamos en la que era nuestra pieza, el cuarto esta frio y a mí me gustaría poder cerrar la ventana. Me acostumbré a que ella realice las acciones, hable, y ocupe el centro de la cama. Esta noche el juego será el mismo, y como siempre se quedará mirando a través del vidrio un horizonte negro atravesado por tres pinos y una casa distante, mientras yo me desvaneceré como siempre, me iré convirtiendo en este humo espeso e invisible que no comprendo.

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lunes, 13 de mayo de 2013

2:22

       
    Precipitada, y ansiosa. Su risa breve desciende por una escalera. Sus manos la sujetan. Me llaman, una voz, un silencio...
            —Creerás que viste un diluvio una noche perfecta, de verano, de luna entera, llena de blanco. Caracteres en los bancos vacíos de plaza vacía de noche de luna llena. Creerás que nuestros nombres se han acostado una noche como esta, perfecta de oscura, alrededor de una luz que tiembla de locura, e impaciencia.

            Caracteres que escribimos. Tu nombre de ocho letras se acuesta con el mio. Formamos mientras tanto círculos de jabón, dimensiones purpura y turquesa, la silueta de un álamo en la pared donde cuelgan perfiles de duendes, partituras viejas, y una superficie de corcho con fotografías. Una de las fotografías es la de la maceta donde creció alguna vez un jazmín —pero eso es probablemente otra parte de la canción—  y el álamo tiene todavía su corazón en el jazmín que alguna vez se fue de la maceta. Con palabras tan tristes pretendo llamarte. Mis dibujos efímeros en tus ojos eternos. De pronto dijiste...
            —Hay mas de soledad en el centro de una ciudad al mediodía, que en la multiplicidad de tu adentro.

            A las palabras las entierra Morfeo. El sueño del dios. A mí me quema el sol de enero y no digo nada. Ni siquiera intento llamarte, o mandarte cartas ligeras de tinta negra, o maldecirte ante el viento, que es como un dios invisible que nunca escucha porque siempre esta demasiado lejos. Pero adivino que en tus pausas, y en la lentitud con que te vas desvaneciendo, se inscribe tu nombre con ocho símbolos negros para quedarse junto al mio.

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