jueves, 29 de diciembre de 2011

Purpura


Apenas alcancé a saborear el policromado sueño de la música, y a pesar de casi dos años de ausencia establecida, observé el espejo que reflejaba tu rostro. Me sonreíste, y tu cara se dispersó como un humo con labios hinchados. Tu fantasma aun me corroe, aún en el fin de la noche, cuando todavía por treinta minutos no será amanecer. Los pensamientos van y vienen, se retuercen de dolor e impaciencia, de extrema terquedad. Esta bien, lo sé, esto es historia antigua; basta de pensar, tengo que dejar de revolver cenizas. Y recuerdo aún los vanos intentos por detener el tiempo. No se puede ser tan necio, el tiempo no se detiene, ni siquiera continua es un acuario en el que apenas alcanzamos a ver el vidrio.

¿Pero que hago en esta noche, nunca tan noche, nombrándote como un enfermo? Veo el humo en el espejo, pero al darme vuelta no hay nada, ni siquiera la proyección tardía de una mirada.

La habitación da vueltas, peces de luz avanzan por las rendijas de mi persiana. Las sombras inician la procesión, se esconden debajo de los muebles, detrás del espejo, entre la pared y este asqueroso cuadro que impone un bote varado en una playa. Se ocultaran todas hasta que el astro luminoso complete el esquema. Hasta que otra vez sea mañana por la noche, y vuelva a evocarte entre sahumerios quemados, dos o tres tazas de café, esa insistente pintura abandonada, etc… en fin, Feliz cumpleaños.


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