jueves, 29 de diciembre de 2011

Purpura


Apenas alcancé a saborear el policromado sueño de la música, y a pesar de casi dos años de ausencia establecida, observé el espejo que reflejaba tu rostro. Me sonreíste, y tu cara se dispersó como un humo con labios hinchados. Tu fantasma aun me corroe, aún en el fin de la noche, cuando todavía por treinta minutos no será amanecer. Los pensamientos van y vienen, se retuercen de dolor e impaciencia, de extrema terquedad. Esta bien, lo sé, esto es historia antigua; basta de pensar, tengo que dejar de revolver cenizas. Y recuerdo aún los vanos intentos por detener el tiempo. No se puede ser tan necio, el tiempo no se detiene, ni siquiera continua es un acuario en el que apenas alcanzamos a ver el vidrio.

¿Pero que hago en esta noche, nunca tan noche, nombrándote como un enfermo? Veo el humo en el espejo, pero al darme vuelta no hay nada, ni siquiera la proyección tardía de una mirada.

La habitación da vueltas, peces de luz avanzan por las rendijas de mi persiana. Las sombras inician la procesión, se esconden debajo de los muebles, detrás del espejo, entre la pared y este asqueroso cuadro que impone un bote varado en una playa. Se ocultaran todas hasta que el astro luminoso complete el esquema. Hasta que otra vez sea mañana por la noche, y vuelva a evocarte entre sahumerios quemados, dos o tres tazas de café, esa insistente pintura abandonada, etc… en fin, Feliz cumpleaños.


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jueves, 20 de octubre de 2011

desde el otro patio


Después de releer tu carta sin destinatario (pero en la que me podía leer como si mis iniciales fueran cada una de las letras) me puse a recordar los motivos, las reuniones en el pastito del hospital, mirando el cielo, disfrutando el té. Los domingos son muy desprolijos ¿sabes?, por eso esperé hasta el jueves para responder algo que me sorprendió inusitadamente. Los jueves son como días livianos y con pocos compromisos. Y aunque esto de responderte se venía anticipando más que la lluvia de septiembre, comencé ahora, hace recién, porque no quería que el tiempo, ese mecanismo sordo, sea una constante en mi respuesta, atento a todo reloj circundante. Aunque tampoco se mucho que decirte, responderte en este caso sería enumerar más de lo mismo, la catarata de eventos; eso nos hartaría pronto, y me convertiría en uno de esos que preparan la escena en la terraza con velas y violines. Todo muy bien, pero prefiero ahorrarme esa serie consecutiva de clichés para eventos más meritorios, los conmovedores momentos de siempre, las corridas en una estación como la de Retiro. Antes que todo eso, elijo hablarte primero de otras cosas, de las lloviznas de septiembre por ejemplo, mal pronosticadas, claro, o de una bota que paso flotando en plena calle inundada en Lanús, algo hermoso. Y mientras intento definir, dejando al azar de lo que encuentre primero, si es momento de un café o una sonámbula seguidilla de mates, trato de pensar en donde existirás en este momento, si también estarás sometiéndote a decisiones tan livianas como que tomar o donde dormir.
De seguro ni siquiera existís, y esto es un auto-convencerme, el ir y venir de las ideas que no se conforman tan fácil, porque primero te hacen cerca, y rubia, y con esos ojos que miran como con tristeza, para después olvidarse de tu dibujo, de tus sonrisas esporádicas, todo como yo imagino, y sostengo. La secuencia inspiratoria es débil, porque precario es el conocimiento desde el que se parte, este saber tan insuficiente de lo que creía saber tanto. Y aun así confío en tu existir remoto, porque en algún lado debés estar respirando, sacando un boleto para tomar un tren, o durmiendo un sueño de pastillas. Da lo mismo, ya no sé qué decirme para saberte real, para convencerme de que no estoy fingiendo redactar una carta en respuesta a otra (donde me podía leer como si mis iniciales fueran cada una de las letras)…
Cada tanto agarro esta hoja y la voy llenando un poco más. Este proceso duró todo un jueves sin lluvia de septiembre, lejano como esa luna que ingresa por la ventana apenas subrayada por las ramas del jacaranda. Me decidí por el café, porque con este panorama de pocas horas y muchos pensamientos me convendría seguir despierto, ignorar otra vez el mecanismo sordo, rechazar el desmayo en el colchón y someterme de a poco a los acordes de las tres de la madrugada, el jazz inventariado o las poesías de Girondo. Y aún después de todo esto, se que voy a pensar en que debería haberte mandado la carta a vos, y no colgarla de los faroles multiplicados por la casualidad, queriendo o sin querer que llegue hasta tus ojos, que se cuelguen de tus pupilas las palabras.

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lunes, 29 de agosto de 2011

del silencio, un grito


Llego hasta aquí por el silencio, que de a poco fue poblando mi atmosfera. Lo encuentro cuando evito todo sonido, cuando callo y mis dedos se alejan de las cuerdas, y mi boca prohíbe la madera para no romper este frágil sigilo, musicalmente oscuro. Desciendo a la comodidad de un sillón, mientras suceden los rituales de la noche. La magia a estas horas, dibuja en el vapor del café que asciende desde la taza, lo que la imaginación dicta en su delirio danzante y efímero. Soy infinito en mi deseo de vaciar el alma. Quiero esconder de la vigilancia de mis ojos, estas gotas que susurran un mar. La noche es un sol desacostumbrado de verme girar en su ausencia. Vagando en algún lugar del Brazo de Orión, estoy perdido, ciego de estrellas. Y aunque sigo envuelto en sombras, preso del silencio, mi garganta es un grito.


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martes, 12 de julio de 2011

Sombras sin nombre


I

Una mirada por sobre la ventanilla. La silueta negra que divide todo lo que es cielo en llamas, atardecer naranja, y el colchón de árboles, edificios y techos negros. Una imagen irreal, a pesar del constante movimiento del auto que de a poco sube a la autopista, y el vidrio tan sucio que la visión apenas traspasa.

— Solo un juego de sombras sin nombre— le dije a Ivana, que me miraba aterrada, indicándome con el hocico que fije la vista en el volante y en lo que sucedía acá abajo. Pero el cielo estaba magnifico, daba gusto pasear la mirada por el contorno negro de las ramas de los árboles, que parecía dibujado como por un pincel exactísimo.

Veníamos de la costa, pensando en que nunca mas volveríamos; alguna razón había. A mi no me pareció tan mal, pero con Ivana hay ciertos lugares de los que no se puede estar seguro hasta que se llega y se le abre la puerta para que salga a correr. Al principio parecía tan contenta, era pura vitalidad, pero después hubo algo en la arena, o en el viento, que no le gusto. Se asustó cuando creció la marea y yo no me quería ir. No era tiempo todavía, algo en el aire lo murmuraba. Sentí la necesidad de quedarme y el mejor lugar para estar era la playa, lejos de los hoteles que fuera de temporada te intentan vender hasta el agua caliente.

Es un ser increíble Ivana, cuando se enoja, expresa su fastidio lo mejor que puede, y a gritos te estampa su recurrencia monosílaba en la cara. Pero aquel día estaba intranquila, y de alguna manera pude comprender su nerviosismo, aunque no podía descifrar el motivo. Esa tarde nos abrimos paso entre unos medanos para subir lo que era una especie de colina que mas al norte parecía crecer. Ahí arriba nos dimos cuenta que lo que aparentaba ser el centro de la ciudad estaba lejos, que nos habíamos desviado algunos kilómetros de donde dejamos el auto. Es fácil perderse a orillas del mar, tan simple distraerse mirando el agua que va y viene, pensando en como las olas indican que acá se acaba todo un océano del que solo podemos ver una porción. Ivana estaba ansiosa, iba hasta el agua, y volvía corriendo, su pelo rubio bailaba contra el viento salado que golpeaba de frente.

Decidimos salir de ese suelo arenoso, y comenzamos a errar por una callecita que bordeaba la playa. Del lado contrario al mar solo había verde, altos árboles, rodeados de otros mas pequeños, y demasiados yuyos, todo subrayado prolijamente por una cerca de alambre que hacia de limite entre el camino y lo verde.

II

En el error hay algo que me atrae, pienso yo que esta terriblemente subestimado, contrariamente a lo que muchos gerentes inescrupulosos piensan, equivocarse es una virtud. La mancha de café en una hoja, el viento arenoso de las playas, la impuntualidad, el sabor a nada de la lechuga, instancias de lo imperfecto, el verdadero sentido de lo realmente humano. El error en este caso fue entrar en el bosque que bordeaba la playa, caminar metros, quizá kilómetros, detenernos a mirar un montoncito que sobresalía entre la tierra y las raíces de los altos árboles, algo parecido a una bolsa de residuos pero que el potente viento no movía. El error fue también acercarnos lentamente, y dar vuelta ese cuerpo que yacía boca abajo. La enorme cara sin rostro, los huecos en donde alguna vez hubo ojos. Ivana se asusto, comenzó a llorar, me dijo que salgamos de ahí, corrió para ningún lugar a gritos intraducibles. Yo permanecí congelado, mirando el cuerpo, algo en ese rostro desforme irradiaba una suerte de poder telequinetico que me mantuvo en transe por varios minutos, quizá horas, no lo hubiese podido saber, era una tarde en que era muy difícil darse cuenta si el tiempo había transcurrido, o si en algún momento se haría de noche. No comprendí el enigma del rostro, pero desperté de ese tiempo sin tiempo. Me moví del lugar, un poco para alcanzar a Ivana, otro tanto por alejarme del cuerpo. Me distancie del bosque, pise de nuevo la arena, corrí desesperado como escapando de voces fantasmales que me nombraban. Me aleje tanto, que de pronto no sabia donde estaba, parecía que la playa se extendía infinitamente, bloqueada por un enorme muro de arena. Comencé a caminar, para donde creía que podría estar Ivana, o el auto, o alguno de esos centros costeros. Solo tenia dos direcciones, seguir hacia delante, o atrás, volver a la entrada del bosque, al cuerpo, a la cara sin rostro, a las voces.

Estaba anocheciendo, la marea crecía; en el camino, grite el nombre de Ivana unas noventa y cinto veces. Silbé hasta sentir que no tenía labios. El agua se movía cada vez mas cerca, de a poco me iba encerrando, pronto estaría caminando con los tobillos mojados. Eso si el mar estaba tranquilo, pero el agua estaba cada vez mas inquieta, y la playa que retrocedía, parecía cada vez más pequeña, y aun más interminable al mismo tiempo.

Se hizo completamente de noche, y en la extensa oscuridad apenas se entendía un océano que avanzaba sobre mi, y un muro intrepable. El cansancio comenzó a vencerme, el agua me llegaba por la cintura cuando bajaba, por los hombros cuando el océano la empujaba contra el muro. Nadar era inútil, flotar y dejarse llevar a ese desierto líquido, era el final absoluto. Tapado de agua y oscuridad pensé en Ivana, en el viaje de ida, en como un pincel de sombra dibujaba toda esta ausencia de luz. La noche se hizo sueño, y ese fue mi último recuerdo del día.

III

Lo extraño no fue despertar una mañana, ni el sol encegueciéndome, ni Ivana tan contenta besándome la mano. Lo extraño, lo realmente raro, fue darme cuenta de que estaba sentado en lo que parecía una reunión familiar, todos acomodados en largas mesas, en una especie de patio interminable; parientes que hace bastante tiempo no veía, primos de los que con suerte recordaba el nombre, amigos de dudosa simpatía. Algo había ocurrido conmigo, estaba seguro de eso. Podía recordar la noche anterior, todas esas imágenes estaban en mi mente, pero nada coincidía con lo que estaba viviendo. Esto que ocurría no podía ser el día siguiente a esa noche, no podría haber despertado ahí, sentado entre tanta gente.

Intente tener alguna conversación con alguien, pero todos estaban demasiado distraídos, no me prestaban atención, o eso llegue a percibir. De pronto la coherencia del tiempo no tenia sentido. No podía precisar si la noche en la playa estaba cronológicamente ubicada antes de este día o después. Ni si la vuelta en el auto alguna vez sucedió. Pero todo esto no tenía lógica, podía recordar como verdadera la silueta negra a través de la ventana del coche, al regreso de la costa. Pero ¿Qué regreso? Si el último recuerdo que tengo fue de estar nadando hacia la nada y entrar en un sueño oscuro del que ninguna reminiscencia queda.

Ya no podía asociar ideas, todo era demasiado confuso, el vago recuerdo de estar volviendo, de entrar al bosque, de ver correr a Ivana hasta el agua y volver sonriente a mi. Toda esta serie de imágenes parecían una metáfora, rodeaban una sospecha, un centro oscuro que asemejaba una bolsa de residuos, un cuerpo sin ojos, una cara sin rostro. De nuevo fue noche, y oscuridad. Todas esas imágenes eran como el mar inquieto que intento ahogarme (o acaso lo logro), giraban a mi alrededor mareándome, queriéndome mostrar un centro, la figura escondida dentro de un calidoscopio negro. Entonces lo vi, una sombra sin nombre. En el centro, era yo mismo mirando el rostro sin ojos, era yo, el rostro sin ojos mirándome a mi mismo.
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H

viernes, 22 de abril de 2011

El arbol de cafe



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A ver si me entendes así... Nos repetimos, nos acalambramos de repetirnos repetidas veces. Tomamos una hoja, dibujamos una línea, pequeña, tan pequeña como para que vista con un microscopio nos parezca infinita. Miramos la línea, la recorremos con el dedo, nos miramos el dedo, en el dedo ahora esta la línea, en la línea ahora hay un dedo. Es algo como el eterno retorno, pero mas simple, y que sucede en todas partes a toda hora. ¿Te acordas esa tarde de marzo? caminamos como mil cuadras, recorrimos todo avellaneda, nos tomamos yo un café, vos un jugo de naranja, yo la línea 100, vos el 247, tuvimos calor, frió, mosquitos, el gris del cielo, los teatros cerrados, nos besamos, yo tu sonrisa, vos mis palabras, fue increíble, me besabas las palabras, yo los huecos de tu sonrisa. Y me pediste que lo haga eterno, querías que eternice la tarde, que conjugue el verbo eternizar mientras el mechón colgaba como las ramas de uno de esos árboles que lloran, y te tomaste el mechón con el pulgar, y lo juntaste con los otros pelos, me miraste, te sonreíste, y después te dije que para mi eso significaba lo eterno, y te bese la sonrisa, te dibuje un árbol con café y un palito en una servilleta, mientras nos tomábamos las manos, y yo un café, y vos un jugo de naranja, analizaste el árbol, y viste en mi al otoño, el árbol estaba a la derecha de la servilleta y era de café, no tenia hojas, entonces todo era otoño, y no era como uno de esos árboles que lloran. Nos fuimos caminando, caminamos tanto, derecho, doblando, cruzando, pisando líneas peatonales, cordones, baldosas rotas, de pronto lo entendiste, éramos una línea, una línea en una hoja, recorrida por un dedo.
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sábado, 22 de enero de 2011

Despierta


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El sol te mojaba el pelo, esquivando ágilmente ramas y hojas, se iba desplazando con el paso de la mañana. Acariciando de calor con sus rayos comenzó desde un mechón que quedo apartado, estirado súbitamente, desplegado como una flecha que partía desde tu cabeza o hacia ella.
La luz te palpo en pleno mediodía y avanzando, con un haz que a contra fondo de los árboles y tanto verde parecía nítidamente amarillo con miles de partículas color miel que caían y danzaban dentro de ese tubo de luz inagotable. Eras como un enorme reloj de sol plasmado en la hierba incipiente, en el pasto de los días, de un bosque demasiado apartado del gris hastió.
La soledad te envolvía, y sin embargo no te tocaba, por que por mas que ahí no hubiera nadie, transmitías una energía como de sueño en plena fuga, y no había lugar para pensamientos tristes o lagrimas de ciudad.

El tiempo se suspendía, tus ojos cerrados eran el poema a punto de ser leído, el haz de luz despacio te recorría la frente, entibieciendo la piel con una caricia, subiéndose al puente de tus cejas, creciendo en tu sueño como un fuego blanco que de a poco todo lo iba consumiendo. Y te llamaba.
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