jueves, 25 de noviembre de 2010

315


.
.
Mirando por la ventana, Raúl entendió que si seguía observando cómo todo afuera se continuaba con la normalidad habitual, se volvería completamente loco. Nada mejor que sentarse de una buena vez y dejar que los números se sucedan uno a uno sin impacientarse.
Las largas esperas en las entidades bancarias suelen ser así, una eterna sucesión de números y personas, una detrás de otra. Son estos, tiempos muy flexibles a la hora de la espera, entre pantallas que van informando el número y ventanilla correspondientes, uno se puede echar muy tranquilo en esas sillas incomodas, y al rato cansarse de mirar la pantalla, el techo o el crucigrama del número 231. Raúl tenía el 315, por lo cual había calculado que si cada ventanilla tardaba alrededor de diez minutos, y había (a veces más, a veces menos) cinco ventanillas atendiendo, esto le llevaría un buen rato todavía. A su derecha, el 246 también impaciente, esperando su turno y silbando algún tango de a ratos. Un viejo de esos que no hacen otra cosa, van y retiran de una vez todo su capital y luego malgastan las horas que les quedan mirando noticieros y tomando algo en el boliche de la esquina. A la izquierda el 231, de traje, crucigrama en mano (18 vertical; magnesio), muy tranquilo, seguro haciendo tramites en pleno horario laboral, muriéndose de ganas de pedirle el número a Raúl para estar un poquito más afuera de la oficina.
Todo, quizá, se sienta muy normal para el pibe que atiende la ventanilla 6 y que cada dos por tres mira el reloj colgado en una pared detrás de él. Se nota que trabajar acá no es muy placentero, muchos lo miran con ganas de decirle "dale pibe, apurate un poco", lo cual al pibe le importa poco y nada, acostumbrado al malhumor cotidiano de los clientes. Todo para él es normal, pero para Raúl no era un día igual a otros, sabía que ya eran las 10:25 y al mediodía tenia una entrevista laboral en Barracas. Igualmente el tiempo no se detenía por mucho que mirara los segundos, que uno a uno se despedían para siempre en su reloj pulsera. Adelante de él la 302 recién llegada, Raúl no lo sabía, por que no pudo ver su numerito, pero ella era sin dudas la 302.

Ya no sabía qué hacer, en la pantalla cada nuevo número que aparecía dejaba un ausencia cada vez más larga y notoria, de un silencio que sólo era interrumpido por la campana y algunos clientes aburridos que siempre se ponen a charlar con el de al lado. El 231 lo miro, como sospechando que él también jugaba con sus palabras cruzadas, Raúl disimulando miro entonces hacia la pantalla, y el 231 giró un poco la revista, aunque así y todo se veían los casilleros a medio llenar (3 horizontal; Arqueología). Aunque ya no tenía sentido, Raúl se impacientaba cada vez más, y miraba el reloj pulsera, luego el de la pared, luego la ventana que daba a la calle, al empleado, el crucigrama (no llegaba a leer las definiciones), y al 246 fastidiado, protestando en voz baja. La campanita sonando anunciaba en la pantalla el 207, se levantó un hombre de gruesos lentes, un poco sonriente, y enseguida otra vez el sonido estridente y un 208 en vivos rojos en la pantalla. Un poco de velocidad esperanzante para el pobre Raúl que ya sabía que tenía dos caminos, esperar su turno o irse en un rato para la entrevista. Pasaron varios minutos hasta que llamaron al próximo, y todo amague de celeridad burocrática ofuscó la ya agotada paciencia de la mayoría de los clientes.
A todo esto, el 231 lo miró otra vez, y como adivinando cierta angustia en sus ojos, inclinó un poco el crucigrama, como para que Raúl no se amargara tanto en la espera (7 vertical; Periodo largo de tiempo, tres letras); él lo sabía bien, si no iba a la entrevista se desencadenarían una serie de sucesos que harían esta espera totalmente innecesaria, pero si se retiraba, el problema, quizá, sería aún mayor. Cuestiones empresariales en las que no nos vamos a detener porque, como es sabido, estas cuestiones son aburridas y estúpidas. Anotando mentalmente "ERA" en los cuadritos de la derecha del crucigrama, e inmerso en semejante encrucijada, decidió distraerse y terminar el juego. Cuando se quiso dar cuenta el 231 se levantaba llevándose consigo la revista, y a él le faltaba sólo una palabra para completarlo (1 Horizontal; Luchar, pelear unos con otros).
Increíble avance numérico, aunque para su número, el 315, aún faltaba mucho. Mientras saludaba al 231 telepáticamente, agradeciéndole el rato de ocio, una muchacha rubia ocupo el asiento deliberadamente, proclamándolo suyo. Allí se sentó la, hasta ese momento, desconocida 297. Pronto no le importó dónde estaba, ni cuánto faltaba, ni la pantalla en su lento avanzar de los turnos. Sólo tuvo ojos para la nueva compañera, aunque ésta, un poco incomoda, prefirió mirar esa ventana donde todo continuaba con la normalidad brutal del día a día.

Ya cayendo el 235, se figuró que tenía tiempo para llamarle la atención a la 297, aunque ignoraba de qué forma. Agudo ingenio, como era propio en Raúl, se planteó y replanteó infinitos pasos y estratagemas para avanzar en esta complicada situación. Quizá ya se había convertido en un loco o maníaco, pero realmente pensaba que esa chica no estaba ahí por casualidad. Estaba totalmente convencido de que sus números, tanto el de ella como el de él, algo encuadraban. Pronto se vió en el crucigrama, buscando una horizontal que encajara con su vertical, y así formar alguna palabra que él pudiera decirle, que desencadenara una conversación eficaz, que tal vez, con algo de suerte, le consiguiera una cena, o algún cuarto de hotel. Mientras que a su derecha, el 246 se levantaba y otro tipo bastante alto ocupó el asiento. Entonces se perdió en sus pensamientos, intentando comprender el día, mientras los números se sucedían, y el mirándolos pasar estupefacto, sin estar seguro de lo que quería. Impaciencia convertida en desesperación, la cuenta ascendente ahora era regresiva, y la 297 ni lo miraba, y el siendo un infelíz 315, que sólo podía esperar su turno, levantarse, acercarse a la ventanilla, completar sus trámites y retirarse del edificio.

La campanita cada vez más veloz, los clientes levantándose casi coreográficamente, 261 un viejo con bastón ,262 una mujer ,263 otra mujer, 264, ¡número 264!, llamaba la campana; el 264 no estaba... Entonces deliberadamente le habló, le preguntó lo más estúpido que puede preguntarle a una mujer, la hora. Aún más estúpido teniendo un reloj pulsera, que al mismo tiempo en que sus labios pronuncian las palabras, él escondía bajo la manga del pulóver marrón. Ella lo miró distraída, y le pidió que le repita, que no escuchó.
–Si tiene hora – reformuló torpemente.
La 297 mirando el reloj de la pared le dijo:
–Las doce menos cuarto, en aquella pared hay un reloj –.
Se sintió el más imbécil de aquella sala de espera bancaria.

Y Aunque resultase increíble, aquel desatinado comentario, resulto ser un factor desencadenante, porque ni bien él terminó de escuchar la respuesta, y miró el reloj señalado por la 297, sintió un calor que ascendía desde el cuello y lo recorría hasta la nuca, y asomaron tímidamente unas gotas de transpiración en su pálida frente. Al tiempo que ella cerrando los labios, giraba la cabeza para el lado opuesto, pensando en las tantas veces que hombres tan parecidos a Raúl se le habían acercado con excusas tan poco originales. Pero entonces, entendió que si bien era un comentario inútil, nada mejor podría hacer con todo el tiempo que aún faltaba de espera, y ya que lo tenía al lado, decidió reanudar el diálogo.
–Es increíble el calor que hace, acá adentro y en pleno invierno.
Sorprendido, Raúl se dio vuelta, y ahora más colorado que antes, correspondió a su llamado.
Qué sucedió después, es difícil definirlo. Un episodio tan confuso que, el mismo Raúl, repasándolo una y otra vez en la mente tiempo después no lo pudo entender. Luego de algunos minutos de charla sucedió lo inevitable, el campanazo estridente, y la pantalla llamando alevosamente a la 297. Ella le sonrió, miró su papelito con el 315, lo miró a él, como si no quisiese pararse y abandonar el asiento, sin embargo se paró, se acercó a la ventanilla, finalizó sus trámites y caminando por el pasillo de atrás, con pasos apurados, lo volvió a mirar tímidamente de reojo y salió por la puerta transparente. Fue entonces donde, precipitadamente Raúl recordó qué hacía ahí, qué problemas lo habían trasladado hasta ese banco, hasta ese asiento. Y aunque todo su cuerpo lo empujaba a correr tras la 297, no se movió, permaneció estático mirando por la ventana, donde todo continuaba con la brutal normalidad habitual. En su mente se dividían varios caminos, senderos que lo llevaban a Barracas y la entrevista, a atravesar corriendo la puerta transparente, tropezándose con clientes apurados que llegaban al trote a sacar su número, y por la vereda de una amplia avenida, alcanzar a la 297, y estamparle un "¿Vamos a tomar algo?". Y caminos, más caminos, que lo llevaban por todo Buenos Aires, por algunas plazas y muchas esquinas, recorriendo las calles como una lapicera dibujando un crucigrama, y devuelta al asiento, de donde no podía moverse, desde donde veía una pantalla con números rojos, y una campana insoportable, que volvía a sonar mostrando el 317.

.
.