lunes, 24 de mayo de 2010

Un martes normal

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Un día común y corriente se despertó un Martes de Abril, fatigado por la vertiginosa semana que le esperaba, arrastrando sus pies-horas hasta la calle. Es imposible en la vida de un Martes hacerse tiempo para descansar, leer el diario del miércoles y desayunar un mate cocido con bizcochitos Don Satur. Solo imagínense lo que debe sentir ese pobre día, viajando en el tren entre tantos lunes por la noche y miércoles a la madrugada, apretado, quejándose de que le arrugan la ropa y faltan cuatro días para el fin de semana.
Los Martes son muy trabajadores, les gustan los días lluviosos, las empanadas de carne y salir de noche con algunos Domingos o Jueves. Son increíblemente sociables, disfrutan del cine como los Miércoles, y comparten con ellos esta afición. Hablan mucho de fútbol, pero no tanto como los Lunes, aunque llegan a mejores conclusiones que ellos.
Este martes en particular fue a trabajar como todos los días, se bajo del subte y camino hasta corrientes y thames, en donde esta su empleo. Hablando con los clientes se entero de un lugar lejano en el que nunca había estado, el que vagamente le recordaba a alguien. Ahí flotaban nubes de papel absorbente y por las tardes el sol brillaba con un verde furioso. Brotaban cristales de los pastos formando hileras de olas con brillos caleidoscópicos y unas aguas caían desde esa especie de cielo arenoso sobre las formas, dando lugar a cascadas multicolores. A este lugar le dieron el nombre de "Sombra de Marte", y desde que escucho hablar de el, siempre intento escaparse durante el almuerzo, que dura treinta minutos, y darse una vuelta por ahí, pero sin pasarse del tiempo por miedo a las voces.
Pensaba que lo recorría entero y saltaba sobre sus alfombras. Su mundo onírico se expandía con el correr de los días, pero cada vez que volvía a la rutina de la semana, partes de el eran olvidadas y desaparecían. Por mucho tiempo intento volver, pero hay regresos que se dejan esperar.
Entre sueños y monedas de 25 centavos, este Martes vive sus minutos, planeando la semana que jamás pasara ante sus ojos, en la melancolía eterna de ser siempre un día y nunca cambiar, jamás pasar la hoja, terminar el libro y empezar otro. Tal vez algún día la tierra anhelada emerja entre rompientes terremotos y deje de ser un recuerdo recurrente. Quizás nunca pase o puede que, cuando menos lo espere, se despierte un día de lluvia y sea un Martes normal.
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