viernes, 22 de abril de 2011

El arbol de cafe



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A ver si me entendes así... Nos repetimos, nos acalambramos de repetirnos repetidas veces. Tomamos una hoja, dibujamos una línea, pequeña, tan pequeña como para que vista con un microscopio nos parezca infinita. Miramos la línea, la recorremos con el dedo, nos miramos el dedo, en el dedo ahora esta la línea, en la línea ahora hay un dedo. Es algo como el eterno retorno, pero mas simple, y que sucede en todas partes a toda hora. ¿Te acordas esa tarde de marzo? caminamos como mil cuadras, recorrimos todo avellaneda, nos tomamos yo un café, vos un jugo de naranja, yo la línea 100, vos el 247, tuvimos calor, frió, mosquitos, el gris del cielo, los teatros cerrados, nos besamos, yo tu sonrisa, vos mis palabras, fue increíble, me besabas las palabras, yo los huecos de tu sonrisa. Y me pediste que lo haga eterno, querías que eternice la tarde, que conjugue el verbo eternizar mientras el mechón colgaba como las ramas de uno de esos árboles que lloran, y te tomaste el mechón con el pulgar, y lo juntaste con los otros pelos, me miraste, te sonreíste, y después te dije que para mi eso significaba lo eterno, y te bese la sonrisa, te dibuje un árbol con café y un palito en una servilleta, mientras nos tomábamos las manos, y yo un café, y vos un jugo de naranja, analizaste el árbol, y viste en mi al otoño, el árbol estaba a la derecha de la servilleta y era de café, no tenia hojas, entonces todo era otoño, y no era como uno de esos árboles que lloran. Nos fuimos caminando, caminamos tanto, derecho, doblando, cruzando, pisando líneas peatonales, cordones, baldosas rotas, de pronto lo entendiste, éramos una línea, una línea en una hoja, recorrida por un dedo.
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