martes, 12 de julio de 2011

Sombras sin nombre


I

Una mirada por sobre la ventanilla. La silueta negra que divide todo lo que es cielo en llamas, atardecer naranja, y el colchón de árboles, edificios y techos negros. Una imagen irreal, a pesar del constante movimiento del auto que de a poco sube a la autopista, y el vidrio tan sucio que la visión apenas traspasa.

— Solo un juego de sombras sin nombre— le dije a Ivana, que me miraba aterrada, indicándome con el hocico que fije la vista en el volante y en lo que sucedía acá abajo. Pero el cielo estaba magnifico, daba gusto pasear la mirada por el contorno negro de las ramas de los árboles, que parecía dibujado como por un pincel exactísimo.

Veníamos de la costa, pensando en que nunca mas volveríamos; alguna razón había. A mi no me pareció tan mal, pero con Ivana hay ciertos lugares de los que no se puede estar seguro hasta que se llega y se le abre la puerta para que salga a correr. Al principio parecía tan contenta, era pura vitalidad, pero después hubo algo en la arena, o en el viento, que no le gusto. Se asustó cuando creció la marea y yo no me quería ir. No era tiempo todavía, algo en el aire lo murmuraba. Sentí la necesidad de quedarme y el mejor lugar para estar era la playa, lejos de los hoteles que fuera de temporada te intentan vender hasta el agua caliente.

Es un ser increíble Ivana, cuando se enoja, expresa su fastidio lo mejor que puede, y a gritos te estampa su recurrencia monosílaba en la cara. Pero aquel día estaba intranquila, y de alguna manera pude comprender su nerviosismo, aunque no podía descifrar el motivo. Esa tarde nos abrimos paso entre unos medanos para subir lo que era una especie de colina que mas al norte parecía crecer. Ahí arriba nos dimos cuenta que lo que aparentaba ser el centro de la ciudad estaba lejos, que nos habíamos desviado algunos kilómetros de donde dejamos el auto. Es fácil perderse a orillas del mar, tan simple distraerse mirando el agua que va y viene, pensando en como las olas indican que acá se acaba todo un océano del que solo podemos ver una porción. Ivana estaba ansiosa, iba hasta el agua, y volvía corriendo, su pelo rubio bailaba contra el viento salado que golpeaba de frente.

Decidimos salir de ese suelo arenoso, y comenzamos a errar por una callecita que bordeaba la playa. Del lado contrario al mar solo había verde, altos árboles, rodeados de otros mas pequeños, y demasiados yuyos, todo subrayado prolijamente por una cerca de alambre que hacia de limite entre el camino y lo verde.

II

En el error hay algo que me atrae, pienso yo que esta terriblemente subestimado, contrariamente a lo que muchos gerentes inescrupulosos piensan, equivocarse es una virtud. La mancha de café en una hoja, el viento arenoso de las playas, la impuntualidad, el sabor a nada de la lechuga, instancias de lo imperfecto, el verdadero sentido de lo realmente humano. El error en este caso fue entrar en el bosque que bordeaba la playa, caminar metros, quizá kilómetros, detenernos a mirar un montoncito que sobresalía entre la tierra y las raíces de los altos árboles, algo parecido a una bolsa de residuos pero que el potente viento no movía. El error fue también acercarnos lentamente, y dar vuelta ese cuerpo que yacía boca abajo. La enorme cara sin rostro, los huecos en donde alguna vez hubo ojos. Ivana se asusto, comenzó a llorar, me dijo que salgamos de ahí, corrió para ningún lugar a gritos intraducibles. Yo permanecí congelado, mirando el cuerpo, algo en ese rostro desforme irradiaba una suerte de poder telequinetico que me mantuvo en transe por varios minutos, quizá horas, no lo hubiese podido saber, era una tarde en que era muy difícil darse cuenta si el tiempo había transcurrido, o si en algún momento se haría de noche. No comprendí el enigma del rostro, pero desperté de ese tiempo sin tiempo. Me moví del lugar, un poco para alcanzar a Ivana, otro tanto por alejarme del cuerpo. Me distancie del bosque, pise de nuevo la arena, corrí desesperado como escapando de voces fantasmales que me nombraban. Me aleje tanto, que de pronto no sabia donde estaba, parecía que la playa se extendía infinitamente, bloqueada por un enorme muro de arena. Comencé a caminar, para donde creía que podría estar Ivana, o el auto, o alguno de esos centros costeros. Solo tenia dos direcciones, seguir hacia delante, o atrás, volver a la entrada del bosque, al cuerpo, a la cara sin rostro, a las voces.

Estaba anocheciendo, la marea crecía; en el camino, grite el nombre de Ivana unas noventa y cinto veces. Silbé hasta sentir que no tenía labios. El agua se movía cada vez mas cerca, de a poco me iba encerrando, pronto estaría caminando con los tobillos mojados. Eso si el mar estaba tranquilo, pero el agua estaba cada vez mas inquieta, y la playa que retrocedía, parecía cada vez más pequeña, y aun más interminable al mismo tiempo.

Se hizo completamente de noche, y en la extensa oscuridad apenas se entendía un océano que avanzaba sobre mi, y un muro intrepable. El cansancio comenzó a vencerme, el agua me llegaba por la cintura cuando bajaba, por los hombros cuando el océano la empujaba contra el muro. Nadar era inútil, flotar y dejarse llevar a ese desierto líquido, era el final absoluto. Tapado de agua y oscuridad pensé en Ivana, en el viaje de ida, en como un pincel de sombra dibujaba toda esta ausencia de luz. La noche se hizo sueño, y ese fue mi último recuerdo del día.

III

Lo extraño no fue despertar una mañana, ni el sol encegueciéndome, ni Ivana tan contenta besándome la mano. Lo extraño, lo realmente raro, fue darme cuenta de que estaba sentado en lo que parecía una reunión familiar, todos acomodados en largas mesas, en una especie de patio interminable; parientes que hace bastante tiempo no veía, primos de los que con suerte recordaba el nombre, amigos de dudosa simpatía. Algo había ocurrido conmigo, estaba seguro de eso. Podía recordar la noche anterior, todas esas imágenes estaban en mi mente, pero nada coincidía con lo que estaba viviendo. Esto que ocurría no podía ser el día siguiente a esa noche, no podría haber despertado ahí, sentado entre tanta gente.

Intente tener alguna conversación con alguien, pero todos estaban demasiado distraídos, no me prestaban atención, o eso llegue a percibir. De pronto la coherencia del tiempo no tenia sentido. No podía precisar si la noche en la playa estaba cronológicamente ubicada antes de este día o después. Ni si la vuelta en el auto alguna vez sucedió. Pero todo esto no tenía lógica, podía recordar como verdadera la silueta negra a través de la ventana del coche, al regreso de la costa. Pero ¿Qué regreso? Si el último recuerdo que tengo fue de estar nadando hacia la nada y entrar en un sueño oscuro del que ninguna reminiscencia queda.

Ya no podía asociar ideas, todo era demasiado confuso, el vago recuerdo de estar volviendo, de entrar al bosque, de ver correr a Ivana hasta el agua y volver sonriente a mi. Toda esta serie de imágenes parecían una metáfora, rodeaban una sospecha, un centro oscuro que asemejaba una bolsa de residuos, un cuerpo sin ojos, una cara sin rostro. De nuevo fue noche, y oscuridad. Todas esas imágenes eran como el mar inquieto que intento ahogarme (o acaso lo logro), giraban a mi alrededor mareándome, queriéndome mostrar un centro, la figura escondida dentro de un calidoscopio negro. Entonces lo vi, una sombra sin nombre. En el centro, era yo mismo mirando el rostro sin ojos, era yo, el rostro sin ojos mirándome a mi mismo.
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H

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