viernes, 23 de julio de 2010

Ninguna isla...



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Ningún hombre es una isla. El día arranco muy bien, uno de esos días soleados, donde ese sol primaveral traspasa las pequeñas rendijas de la persiana, y brilla entero. Uno desde su cama observa la reconstrucción total de la habitación, como si antes de eso, mientras los ojos permanecían cerrados, nada existiera, y despejándose la bruma, a medida que las pupilas se contraen todo va tomando de nuevo su forma habitual. Me desperté pensando en todo lo que tenía que hacer, y como tan solo era un desempleado más en este generoso país recordé con facilidad mis escasas tareas.

Despertarme, ya lo consideraba un horroroso trabajo, al cual no podía faltar, y en el que no tenía horarios. Los días pasaban junto con las semanas y los meses, y todas estas etapas se homogenizaban hasta dejar de ser medidas de tiempo. Las horas eran meses, en esa especie de estiramiento que sufren las horas cuando uno no hace absolutamente nada. Ningún hombre es una isla, y el mate estaba listo, el mismo mate de todos los días, la misma yerba barata del supermercado chino, el rejunte de paquetes abiertos de galletitas. Plan para este día: Ninguno. Lo de siempre, salir a caminar por Corrientes, doblar en Callao, retomar a Corrientes, internarme en alguna librería o disquería, y volver por Talcahuano en esas cuatro calles mágicas donde las vidrieras rebalsan de instrumentos; Las ganas de traspasar el vidrio, de pedir prestada una Gibson e intentar tocar algo ante la mirada atónita de la gente que camina. Pero el vidrio es demasiado real, y la Gibson sigue ahí, estática tras la vidriera. Ya girando en la esquina de Rivadavia internarme nuevamente en la cueva, y continuar con el día improductivo. Un solitario vehemente, una soledad compartida, entre tanto océano alrededor.
¿Y qué ocurría en esos días que no pasaba nada? Bueno, algo pasaba. El silencio era un acompañante incondicional. Tan musical en otras épocas, tan instrumento de viento, hoy no emitía sonidos, no escuchaba otra melodía que la de la persiana enrollándose, y la ciudad afuera hecha un caos. Congreso era el gran laberinto donde me hallaba, en uno de sus costados grises, perdido. Esa presencia invisible, una entidad que me ignoraba, y yo navegando entre tanto continente incomprensivo. Los amigos, presentes, algunos más que otros, a pesar de mi rechazo permanente y mi insistencia a quedarme solo. Pero mi gran compañero en esas épocas fueron las palabras, y así fue que comprendí que una “i”, no era simplemente una “i”. Representaba otras cosas, lejanas a su forma delgada con un punto en su cabeza. La “i” era como yo, una isla entre tanto océano, un pequeño pedazo de tierra con península allá arriba. Y mi cabeza era como ese punto, distante e inservible, pero que sería una “i” sin su punto… Solo una letra minusválida, un yo sin cabeza.

Las palabras, las letras, los reflejos en la ventana, los libros que me sumergían en tierras inexistentes, el sillón incómodo y el cuello dolorido, lugares lejanos donde otro dios era el dios y otras razas coexistían, conviviendo en paz y guerra en ciudades tan perfectas comparadas con esta demasiado sucia por las tardes. Ningún hombre es una isla, pero que hermosa idea recurrente la de seguir flotando en este caudal marino, sin bandera, sin habitantes imprudentes. Y el sol anaranjado apuntando directo y furioso sobre el edificio de enfrente, donde tristes oficinistas continúan con el papeleo rutinario. La tarde cae como desmayándose sobre la noche, quien de a poco va captando mi atención. Y el día va muriendo, se va completando un corto ciclo, tan improductivo como yo, un paso más cerca del final.
Como siempre, la noche se hace amiga de la soledad, la cual actúa como si la gravedad aumentara su fuerza, y con todo su peso sobre mí, comienzan las precipitaciones dentro y fuera del departamento, en esa predicción meteorológica errónea. Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo, lo sé, pero ¿Cómo evitarlo? Como no desilusionarme de estos seres que actúan bajo la orden de caprichosos egos. Ese día fui una isla, un pedazo de tierra perdida, que naufragaba dentro de un océano gris, entre edificios indiferentes, acostado en esas playas tan veredas, tan poco transitables. Y el arrecife, las rocas, la rompiente… Tan isla, tan “i”, pero no.
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3 comentarios:

  1. SOS GROSO HNO! HERMOSO! TE QUIERO :)

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  2. Que estas esperando para escribir un libro?? Son muy lindas las cosas q escribis, en serio!me gusta.... Una editorial ya!! Jejeje... Besos...

    CECY

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  3. WOW.. Me faltaba leer este Her! Genial! Tremenda analogía hiciste con la "i" y su "cabeza".
    Vamos q Filosofía y Letras te espera eehh!
    Ah.. y si encontrás alguna vez una "i" con círculo puede ser inmadurez o creatividad artística!
    Abrazoo

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